“Heridas que no cierran”
El peso de la culpa y la desolación que esta
produce sólo puede ser entendido en la piel de quien la sufre. Muchas veces
puede acompañarnos hasta que decidimos enfrentarnos al pasado, plantarle cara;
otras, el vacío es tan desmesurado que nos desborda y, totalmente
bloqueados, nos resignamos.
Lee Chandler (Casey Affleck), un tipo solitario, se ve
obligado a regresar a su pueblo natal por el fallecimiento de su hermano; allí,
además de los trámites funerarios, tendrá que hacerse cargo de su sobrino de 16
años. La vuelta a sus raíces le hará enfrentarse a un pasado trágico que le
hizo separarse de su mujer.
Kenneth Lonergan, aquí director y guionista,
escribe un acertado libreto que va introduciendo al espectador, de forma
pausada (muy lenta, diría yo) pero implacable, en la cruda historia que vive el
protagonista hasta quedar, sin darte cuenta, atrapado en ella.
Con un Casey Affleck, ausente total de
emociones, reflejando a la perfección el abismo formado en su interior, y una
Michelle Williams desbordando naturalidad, la película llega a un punto álgido
en una escena protagonizada por ambos hacia el final. Cabe destacar además el
papel, como sobrino adolescente, de Lucas Hedges, que se desenvuelve como pez
en el agua en estos terrenos tan pantanosos con un toque de humor que se
agradece.
Una dura y conmovedora historia que demuestra
los devastadores efectos que pueden provocar en los seres humanos ciertas
tragedias personales.
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