"La importancia de ser médico rural.."
La vida laboral, el estrés, Internet, las
redes sociales, todo esto nos arrastra a una vida a toda velocidad donde no nos
paramos a escuchar, a mirar, a atender a los que tenemos alrededor, vidas que tienden
a acumular cosas materiales, hay que
tener de todo y lo último, en vez de llenarlas de verdadera sustancia como son
las relaciones. Por todo esto es de agradecer, el poder descubrir en la gran pantalla una
pequeña y pausada película localizada en
la campiña francesa que hace devolver la esperanza en la raza humana.
Jean Pierre (François Cluzet), un querido y predispuesto médico
de una región rural de Francia, cada vez se le acumula más el trabajo. Cuando se
le diagnostica un tumor cerebral, un colega suyo de la ciudad le recomienda una
doctora de su confianza para que le eche una mano y pueda descansar mientras se
trata la enfermedad.
Al principio al testarudo doctor no le
convence la idea de que le pretendan reemplazar, pero poco a poco irá descubriendo
en su compañera la misma pasión que siente él por la profesión y por la gente
que trata.
Una amable y profundamente humanista película
donde el director Thomas Lilti, médico de profesión, reivindica ciertos valores
que parecen ir perdiéndose con el avance voraz de las tecnologías y la fuga de gente a las ciudades, como pueden ser el diálogo con el paciente, la
implicación y responsabilidad de los profesionales, la vocación y por encima de
todo el respeto, tanto a la vida como a la muerte digna ajenas.
Otro gran acierto es la elección de la pareja protagonista, los franceses
François Cluzet y Marianne Denicourt derrochan naturalidad y sinceridad a
raudales haciendo encajar perfectamente sus personajes en la historia.
Una de esas escondidas y sorprendentes películas
que de vez en cuando se cuela en nuestra cartelera, dejándonos un agradable
sabor y un poso de esperanza que nunca viene mal en estos caóticos días.
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