"A veces para amar a alguien tienes que ser un extraño..."
Cuando nos enteramos de que se proponían hacer una secuela
de una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos, nos
asaltaron dos sentimientos encontrados: por un lado, el miedo a ver dañada una
historia que ya había sido impecablemente narrada y, por otro, la curiosidad
por reencontrarnos con un fascinante universo que, treinta y cinco años
después, seguimos visitando con deleite.
En un Los Angeles al borde de la hecatombe, un blade
runner llamado K (Ryan Gosling) descubre algo que podría poner fin al caos
imperante. Para comprobarlo, deberá emprender la búsqueda de su colega Deckard
(Harrison Ford), perdido hace treinta años, quien parece tener las claves para
resolver el misterio.
Manteniendo la esencia de la historia original pero
aportando al mismo tiempo su característico toque metafísico, Villeneuve logra
un producto con personalidad propia que ahonda en cuestiones filosóficas como
la de la identidad humana. Todo ello, con la ayuda de un reparto bastante
correcto, una fotografía más luminosa y una banda sonora que recuerda la
inigualable compuesta por Vangelis.
Quizás no sea el blockbuster que esperaba la
productora, pero sí se trata de una buena película: una secuela más que digna
para una cinta de culto que, aunque no tan sugestiva ni cautivadora, mantiene
atrapada nuestra atención.
Una cita recomendada para los amantes de la ciencia ficción,
en general, y para los seguidores del universo creado por Philip K. Dick, en
particular.
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