miércoles, 29 de marzo de 2017

LA BELLA Y LA BESTIA (Bill Condon, 2017)

"25 años después..."




En 1991, un despistado adolescente al que ya le venía picando la curiosidad del séptimo arte llevaba a su joven hermana al cine local Lope de Vega (autoproclamada mayor pantalla del norte de España) para que disfrutase del clásico de Disney, a la postre convertida en una de sus películas favoritas. La semana pasada, veinticinco años más tarde, este pequeño momento de magia e ilusión volvía a repetirse.


Bella (Emma Watson), una leída muchacha, independiente y aventurera, se ve obligada a aceptar ser prisionera en el castillo encantado de Bestia (Dan Stevens) a cambio de salvar la vida de su padre Maurice (Kevin Kline). A medida que va conociendo a Bestia, Bella irá descubriendo quién se esconde detrás de tal terrible apariencia. Mientras, por su parte, el fanfarrón Gastón (Luke Evans) organizará el rescate de la joven.




La película, que adapta en imágenes reales el clásico animado (nominado al Óscar a la mejor película en 1991), realmente aporta poco al original; se centra más en la pomposidad del producto, para contarnos una historia colmada de valores que nos ayudan a crecer como personas: la independencia, la curiosidad, la amistad, la familia, la tolerancia, la belleza interior, el amor.



Me gustaría destacar el poderío que impregna Emma Watson al personaje de Bella (no se concibe otra actriz mejor para ese papel), la naturalidad de Luke Evans para ser tan engreído y villano, y los divertidos objetos animados, que dan el toque mágico a la cinta.




Una fábula cuyo mensaje sigue muy vigente en estos tiempos que corren, donde muchas veces se prima la apariencia por encima de la bondad, y que, veinticinco años después, me hizo compartir otro instante inolvidable con mi querida hermanita.

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