sábado, 5 de enero de 2019

YULI (Icíar Bollaín, 2018

“Yo no quiero ser bailarín: quiero ser normal”


 



Si bien el ballet es una de las artes escénicas que más he descuidado, he de admitir que la película de Icíar Bollaín, de impecable factura técnica, sobre el magistral bailarín cubano Carlos Acosta ha logrado despertar mi curiosidad.



Acosta fue un niño rebelde tremendamente capacitado para el baile que terminó convirtiéndose en uno de los mejores bailarines de su tiempo pese a su escaso interés. Lo consiguió en buena medida por culpa de la empecinada convicción de su padre.





La película, basada en el libro autobiográfico de Acosta No mires atrás, cuenta la historia de este fantástico bailarín, desde sus comienzos, prácticamente obligado por su padre, hasta su llegada a una de las compañías más famosas del mundo, el Royal Ballet. Lo hace mediante continuos saltos en el tiempo, quizás algo excesivos, pero con el mérito de intercalar desgarradoras escenas reales de danza actual sobre hechos cruciales en la vida del bailarín, que potencian y dan mayor énfasis a la historia.





Ambientada en una Cuba que no pasaba por sus mejores tiempos, la cinta expone además la dolorosa disyuntiva de un padre magistralmente interpretado por Santiago Alfonso: forzar al hijo, consciente de su talento, o dejarle tomar sus propias decisiones. Me gustaría también resaltar el preciso trabajo del compositor español Alberto Iglesias, que moldea la historia a la perfección.





Una interesante biografía cargada de vistosidad que, hablando a través del lenguaje del cine, desprende el magnetismo y la belleza propios de la danza.


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