Si bien el ballet es una de las artes escénicas que más he
descuidado, he de admitir que la película de Icíar Bollaín, de impecable
factura técnica, sobre el magistral bailarín cubano Carlos Acosta ha logrado despertar mi curiosidad.
Acosta fue un niño rebelde tremendamente capacitado para el
baile que terminó convirtiéndose en uno de los mejores bailarines de su tiempo
pese a su escaso interés. Lo consiguió
en buena medida por culpa de la empecinada convicción de su padre.
La película, basada en el libro autobiográfico de Acosta No mires atrás, cuenta la historia de
este fantástico bailarín, desde sus comienzos, prácticamente obligado por su
padre, hasta su llegada a una de las compañías más famosas del mundo, el Royal
Ballet. Lo hace mediante continuos saltos en el tiempo, quizás algo excesivos,
pero con el mérito de intercalar desgarradoras escenas reales de danza actual
sobre hechos cruciales en la vida del bailarín, que potencian y dan mayor
énfasis a la historia.
Ambientada en una Cuba que no pasaba por sus mejores
tiempos, la cinta expone además la dolorosa disyuntiva de un padre
magistralmente interpretado por Santiago Alfonso: forzar al hijo, consciente de
su talento, o dejarle tomar sus propias decisiones. Me gustaría también
resaltar el preciso trabajo del compositor español Alberto Iglesias, que moldea
la historia a la perfección.
Una interesante biografía cargada de vistosidad que,
hablando a través del lenguaje del cine, desprende el magnetismo y la belleza
propios de la danza.
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